Cuadernos de Cáceres. El palacio de Camarena

12.03.2013

Las ciudades, y con ellas los edificios que las integran, son seres vivos. Sus moradores llegan, viven y desaparecen. Pero la piedra, el barro y el ladrillo permanecen, en un devenir a tan pausado ritmo, que aparentan invariabilidad a los ojos de la breve existencia humana.

Sin embargo el paso del tiempo queda marcado también en la vida del edificio, como se puede apreciar obser­vándolo de lejos, en la distancia y en el tiempo, midiendo en siglos lo que, para el ser humano, se mide en años en días.

Ejemplo destacable es el del conocido como Palacio del Marqués de Camarena. Situado extramuros de la ciudad antigua, junto a la coqueta plaza, llamada de la Concepción en recuerdo del convento que antaño ocupó su lugar, se articula la casona en torno al típico patio central de arcos sobre pórtico de columnas dóricas, que dota a las diversas dependencias de luz y sobre todo frescor en la dura canícula cacereña.

Antiguo hogar de una de las tantas familias ilustres afincadas en nuestra ciudad, sufrió, como muchos en Cáce­res, el paso de los años. De orgulloso palacio pasó al abandono y al olvido. Parte de sus terrenos, los que ocupa­ban las antiguas caballerizas con acceso desde la hoy Plaza de la Concepción, fueron vendidos y ocupados por un bloque residencial, sucumbiendo a una presión, la inmobiliaria, que el casco viejo de Cáceres retrata como pocos.

Fue sacado de su decadencia por un colectivo especialmente sensibilizado, el de los arquitectos, que, al situar aquí la sede de su organismo colegial, dotaron de vida al cascarón vacío, de sentido a la piedra inerte y de razón de vivir al viejo palacio.

Tras su rehabilitación el nuevo travertino de las paredes junto al viejo granito de los suelos del patio, la renovada madera del piso frente al ladrillo de sus vetustas bóvedas, el aluminio de la carpintería exterior en oposición al viejo hierro de las rejas que lo protegen y el hormigón de soportes y escaleras enfrentados a la piedra de las columnas clásicas del patio dotan al interior del edificio de una personalidad y carácter distinguido a la vez que educado, tranquilo y paciente, sin estridencias, fiel reflejo de la sobriedad propia del carácter y la forma de vivir de nuestra tierra.

Entorno insustituible para la vida cultural cacereña, es escenario irrepetible de exposiciones de arte, conciertos de música clásica y conferencias. Arte en una ciudad que es arte.

Sirva de ejemplo a otros, de la necesidad de dotar de función y vida a estos edificios que, de lo contrario, se perde­rían, como de hecho se pierden. Dar alma y razón de ser a lo que de otra forma sólo son decrépitos cascarones, permitir la sosegada visita del viajero y nunca lamentar lo que el poeta:

"Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora

campos de soledad, mustio collado,

fueron en otro tiempo Itálica famosa ... "

Marcos Díaz.  Arquitecto